lunes, 1 de junio de 2015

El paradigma electoral y la segunda vía


(FOTO: Especial)



@escupeletras


En vísperas de un nuevo proceso electoral en México, vuelve a surgir el debate sobre la utilidad social de la participación electoral como motor de los cambios de fondo que el país urgentemente necesita. Voto útil, voto de castigo, anulación del voto y la abstención, opciones y estrategias que se enmarcan en el actual sistema para incidir en las decisiones nacionales.

Si bien las elecciones federales intermedias son históricamente las de menor participación, en esta ocasión se espera una abstención aún mayor. Estamos frente a un proceso electoral marcado por la desilusión y la indiferencia provocadas por el deplorable actuar de todos los partidos y gobiernos de todos los niveles. La inseguridad y la violencia del crimen organizado, la falta de oportunidades, la pobreza y la desigualdad económica han provocado un vertiginoso desgaste del sistema democrático en México.

Ante este panorama y después de un largo periodo de reflexión, decidí que no votaré por ninguno de los partidos en la boleta electoral. Tampoco anularé mi voto. Simple y sencillamente, no voy a votar, en esta ocasión no acudiré a las urnas. En este texto explico las razones de esta decisión y planteo una alternativa al camino electoral.   



Opciones que no cambian nada

Estamos inmersos en un sistema político-económico capitalista con recientes reformas tendientes al neoliberalismo, por ello no hay que olvidar la función de las elecciones en los regímenes capitalistas constitucionales: elegir dentro del sistema cuál sector del mismo que lo administrará para garantizar su permanencia mientras legitima y naturaliza las desigualdades sociales. Nada de alternativas, nada de cambios, nada que perturbe el estado actual de las cosas, sólo rostros y nombres diferentes que en el fondo tienen la misma propuesta con pequeñas modificaciones meramente cosméticas.
No hay que engañarnos. La democracia institucionalizada que tenemos en la actualidad no propone ninguna alternativa real al desastre de país que hoy día tenemos.

¿Qué opciones presenta la boleta este 7 de junio?

El PRI. La Revolución que representaba la “R” en sus siglas fue traicionada hace ya muchas décadas. El partido en el poder ha demostrado los últimos 35 años que su único proyecto es el neoliberalismo económico, el remate de los recursos de la nación y la privatización gradual de las instituciones que tanto se ufanaban de haber creado para privilegiar a un puñado de empresarios nacionales y extranjeros que empobrecen cada día más el pueblo. Han demostrado una y otra vez que su único lenguaje es la corrupción, que el saqueo es su tradición, que la pobreza es su moneda de cambio y que no pueden controlar la violencia que su herencia social ha dejado.

El PAN. No es muy diferente del PRI. Una derecha conservadora que dio continuidad al 
proyecto neoliberal que comenzó el tricolor e históricamente su fiel aliado en el Congreso. Hundieron al país en la crisis de seguridad y derechos humanos más grande de la historia reciente, desataron una violencia inusitada que ha costado más de 130 mil muertos y ahora vienen a pedir el voto diciendo que tienen campaña de “ideas”, “ideas” que no tuvieron en 12 años en Los Pinos.

El PVEM es sólo un satélite del PRI para atomizar el voto. Una franquicia familiar que ni es “verde” ni es “ecologista”. Un partido que derrocha raudales de recursos económicos de dudosa procedencia para tener una omnipresencia que inexplicablemente ni el tricolor tiene. Un partido acostumbrado a las alianzas de conveniencia y a violar consuetudinariamente la ley electoral. Docenas de multas por más de 500 millones de pesos no son suficientes para cambiar su actuar.    

El Panal. El antiguo partido de Elba Esther Gordillo terminó siendo otro satélite del PRI. Sin propuesta propia y sin liderazgo, sigue la ruta marcada por el tricolor.   

El PRD. Una falsa izquierda, ideológicamente extraviada, domesticada a gusto y capricho del PRI. Triste sombra de la oposición que un día fue, un partido que después del 2006 aprendió a venderse al poder en turno. Cada vez más parecido en su actuar al PRIAN que tanto decían enfrentar.

PT y Convergencia. Pequeñas rémoras que durante años vivieron a la sombra de AMLO, pero que en su ausencia, su propuesta carece de rumbo y palidece de ideas. Otra izquierda ideológicamente perdida que sólo aspira a no perder el registro.

Partido Humanista. Otra opción de derecha ultraconservadora que ni vale la pena revisar.

Encuentro Social. Una satélite más del PRI. Una opción que se vende como ciudadana, pero que tiene las entrañas tricolores. Evidente es el reciclaje de rostros y vínculos con la infraestructura priista en sus campañas.

MORENA. El partido de AMLO. La única oposición real del país, pero que también constituye una izquierda ideológicamente extraviada, conservadora y que tampoco busca cambiar al sistema de fondo, sólo administrarlo desde la “honestidad”. Un partido que enfrenta su primera elección replicando ya las malas prácticas de los viejos partidos y reciclando personajes impresentables. Un partido que, a pesar de su juventud y de tener una base militante con buenas intenciones, se está descomponiendo rápidamente en sus cúpulas locales.

Algunos “candidatos ciudadanos”. Aunque hay por ahí algunas candidaturas interesantes, la mayoría tienen detrás a uno de los partidos de siempre y otros son una escisión de los mismos, como el caso del “El Bronco” en Nuevo León, quien después de más de 30 años de militancia priista, y al ver que su partido no lo abanderaría, se salió del corral a ocho meses de la elección y decidió irse por la libre.    


En la boleta de este 7 de junio, no aparecerá ni una sola propuesta que busque cambiar al sistema de fondo. Entonces, ¿para qué votar por un partido o candidato que no representa una opción real de cambio?

Hay que entender que en este sistema las decisiones de las élites empresariales siempre estarán por encima del bienestar de las mayorías. Mientras no haya una opción que rompa con ese ciclo, muy poca diferencia habrá en votar por uno u otro partido, porque el sistema está diseñado así, para que todos presenten más o menos las mismas propuestas sin romper con el orden actual de las cosas. No importa si tal o cual partido pierde, la gran burguesía siempre termina ganando.



El poco confiable sistema electoral y el voto

A la ‘democracia’ como la conocemos en México se le han dado ya muchas oportunidades sin que hasta ahora haya resultados favorables a las mayorías. Con al menos tres fraudes en los últimos 30 años, es mucho pedir confianza ciega en las instituciones electorales del país. De la caída del sistema en 1988, pasando por la manipulación del conteo del 2006 y la compra y coacción del voto en 2012, cómo pide hoy el INE que se acuda a las urnas con plena seguridad de que el voto será respetado. Si algo se ha comprobado en México una y otra vez es que el cambio de rumbo en el país está prácticamente cancelado por la vía electoral, incluso para opciones de izquierda ligera que poco cambiarían el panorama actual.  

Un tanto desconcertante me parece la postura de los que llaman al voto útil (como los partidarios de Morena), pero se quejan y despotrican (con razón, claro) contra el árbitro electoral. Para ellos, no debemos de desperdiciar el voto, debemos ejercerlo por Morena, pero no debemos confiar en el INE. Confían ciegamente en un cambio a través del voto, pero no confían en el sistema electoral.
  

Aún si los resultados se respetaran, los mecanismos de representación popular en México están sumamente alejados de la gente. Como buena democracia burguesa, los partidos no responden a sus votantes, sino a una oligarquía. Por ejemplo, para la mayoría parlamentaria del PRIAN, poco importó que según varias encuestas aproximadamente un 70 % de la población rechazara la Reforma Energética, ignoraron la opinión pública y la aprobaron para complacer a las grandes compañías transnacionales sedientas de petróleo.

Para qué votar por uno o por otro partido, si al final ocurre que cuando llegan a San Lázaro se conforman alianzas y contubernios en los que todos aprueban de la manita reformas antipopulares como las de los últimos dos años. No hay contrapesos reales. Como ejemplo, el “Pacto por México”, donde los tres partidos grandes aprobaron las reformas que impulsaba el PRI. Donde no apoyaba el PAN, ahí estaba el PRD para sacar la mayoría como en la Reforma Hacendaria; donde no apoyaba el PRD, ahí estaba el PAN para sacar la mayoría como en la Reforma Energética. Pura simulación democrática. Por eso es que el voto de castigo no es ya una opción, no podemos seguir castigando al más corrupto para favorecer al menos corrupto.

Por otra parte, el ejercicio del voto nulo como muestra de inconformidad y como mecanismo de presión social contra los actores de la política institucionalizada actual (como propone, entre otros, Denise Dresser) es una propuesta cuando menos ingenua. El voto nulo es sólo un acto meramente simbólico que, aunque tiene su valía significativa, no calará en la conciencia de los que toman decisiones legislativas para modificar el marco legal.
“El anulismo puede crear una crisis de legitimidad suficiente como sacudir a los partidos políticos de su autocomplaciencia, el voto nulo tiene efectos políticos más a allá de los números con los cuales insisten en refutarlos”, expresa la politóloga en un mensaje a favor de la opción anulista. Dresser otorga demasiado crédito al orden electoral actual y a los partidos políticos, pues parece ignorar que esa “crisis de legitimidad” ya existe y que por eso mismo se habla de anulaciones y abstenciones, que por eso mismo la participación electoral es tan baja y la credibilidad del sistema político está por los suelos; además espera inocentemente que los partidos que tanto criticamos y a los que les negamos el voto hagan conciencia y se reformen a sí mismos por este jalón de orejas que representa el anulismo.
  
Entiendo las razones de los seguidores del voto útil, del voto de castigo y del anulismo. Reconozco que con la abstención se deja el camino libre para los partidos con mayor base y recursos, pero insisto en que realmente la diferencia entre uno y otro partido y candidato es muy poca. Además ya no debemos conformarnos con votar por el menos peor. Ya no debemos de hacerle el juego a un sistema sordo que no ofrece ninguna alternativa real a lo que actualmente padecemos y no da visos de cambio efectivo por ningún lado.
Aunque diferimos sobre las estrategias, en el fondo creo que a todos nos une el deseo de cambiar la situación actual del país, por ello, aunque dudo mucho que en este contexto sus estrategias funcionen, deseo suerte a los promotores del voto útil, a los del voto de castigo y los anulistas, y espero que tengan al menos un pequeño efecto real de cambio.
A ellos, simplemente les digo que en estos términos, con estos partidos y con estos candidatos, no hay opciones reales de cambio, por ello no hay motivo para ejercer el voto.




Una alternativa al voto

A estas alturas, vale la pena preguntarnos qué se ha ganado en México con la vía electoral. Los verdaderos cambios profundos del país han venido por vías no electorales: la Independencia, la Reforma, la Revolución. El mayor logro del sistema electoral vigente ha sido Vicente Fox, una decepcionante alternancia que muy poco cambió de fondo y que terminó devolviendo al poder al mismo partido que se suponía había que desterrar para siempre.

Hay que reconocerlo, a México le hace falta aún mucha organización social fuera de los límites de la democracia institucionalizada. Si bien existen muchas agrupaciones a lo largo y ancho del país que han conseguido cierta visibilidad y han alcanzado logros valiosos en sus campos de acción, su alcance aún es reducido y su impacto insuficiente en la escala nacional. Hemos dejado que una serie partidos que no representan los intereses de las mayorías monopolicen la organización política.

Confiar el cambio de rumbo que México necesita sólo a la vía electoral sería una gran equivocación. Idealizar a la vía electoral como la única e incuestionable ruta para la transformación del país es precisamente el error que el sistema vigente quiere que cometamos. El sistema de democracia burguesa que hoy gobierna busca que la masa de votantes estén amarrados eternamente a la esperanza de que a la próxima sí se va a respetar el voto, que a la próxima los partidos sí nos van a cumplir, qué a la próxima sí se va a poder cambiar de rumbo, pero nada cambia. Y así ad infínitum. Una simulación democrática perpetua. Por ello hace falta una segunda vía, una alternativa al camino electoral.

Hoy el país requiere de la conformación de un gran movimiento nacional que realmente represente las causas populares y que transite por fuera del sistema electoral institucionalizado. Se requiere la unión de todas las causas y sectores a los que el Estado mexicano ha dado la espalda, los pobres, los desempleados, los campesinos, los obreros, los estafados por las instituciones bancarias, los jóvenes a los que se les está arrebatando el futuro con reformas antipopulares, los deudos de este vendaval de violencia, Aguas Blancas, Acteal, la Guardería ABC, Atenco, Ayotiznapa, entre muchos otros.

No es sencillo, se requiere de un esfuerzo épico, de una coordinación masiva y una voluntad inquebrantable, pero no quedan más opciones. Las diversas causas unidas en un solo movimiento pueden crear estrategias extra electorales, como movilizaciones multitudinarias, huelgas, paros colectivos y otros mecanismos para impactar al núcleo del sistema: la producción, el capital. El poder de la gente está en su fuerza de trabajo.

Información, organización, acción. Esa es la ruta crítica. Si el primer paso es la información, hay crear conciencia, hace falta hablar de ello, de la suma de las causas, de romper el paradigma electoral, de entender la necesidad de construir un amplio bloque social por fuera de las instituciones electorales y partidistas reconocidas por el sistema oficial. No será fácil y el camino es largo y sinuoso, pero por algo hay que empezar y por la información se empieza.

La suma de las todas las causas. Ahí están las injusticias, hay que unir todas las rabias, hay que unir todas las inconformidades, hay que compartirlas y hay que hacer de ellas un movimiento de magnitud nacional que sea capaz de hacer que el sistema dominante se arrodille.